¿No
os pasa a veces que vais por la calle y al ver a alguien una vocecilla dentro
de vuestra cabeza os dice: ¡MENUDO GILIPOLLAS!? ¿O aquello de ¡SERÁ GUARR@!?
Últimamente
me pasa a menudo. Por cuestiones laborales, como ya sabréis los que tenéis al
día la lectura de mi blog, resido en Madrid gran parte de la semana, lo cual me
lleva, obligado por mi dietista personal (una crack) que me obliga si o si a
hacer una hora de ejercicio (caminar por ahora, pero a ritmo de legionario), por
lo que me pego auténticas caminatas de entre una hora y una hora y media por
las cercanías, e incluso alguna que otra lejanía, de donde resido.
El
caso es que, cada nuevo paseo, se convierte en un “más de lo mismo” pero con
nuevas
pinceladas de “hijoputez” y estupidez
humana, aderezados raramente con algo de amabilidad ajena o buena
educación (Recordad que me estoy refiriendo a lo que me acontece en la capital
del reino, aunque, no se por qué, pero las estupi-modas, tardan poco en llegar
a las “Provincias”). ¿No habéis sufrido la invasión continua de vuestra zona de
confort? ¿NO? Eso es que no habéis cruzado la calle Serrano (la milla de oro de
Madrid) en hora punta, intentando moveros rápido. La citada zona de confort para alguien criado
en un pueblo de no más de 6000 habitantes y residente media semana en un pueblo
de no más de 3100 habitantes, es inmenso, más o menos, entre la longitud de un
brazo extendido y la del mango de una escoba. Cualquiera que lo invada sin
permiso, es un considerado un “intruso” para nuestro cerebro. Debido a mis
continuos viajes y a mi “urbanización” forzosa, ahora que paso media semana en
una urbe de más de 4 millones de habitantes, mi zona se ha reducido al
equivalente a un antebrazo o en ocasiones incluso a la longitud de una mano,
pero no pienso ceder más, por muy “mudriluñuss” que sean.
La
gente que sale sin mirar de los bares, los establecimientos de ropa de alta
costura, de cosméticos y demás, cruzando la acera al través, deben haber pagado
algún impuesto que los demás, simples mortales pedigüeños, porque semeja que la
acera es suya. Es más, hay algo de kamikaze en su comportamiento incluso. Allí
estaba un servidor, comportándose como Richard Ashcroft, en el video de su gran
éxito con The Verve, Bitter Sweet Symphony. No paraba ante nadie, al ritmo de
Lynyrd Skynyrd y su Free Bird (para mi, tras conocerla, uno de los “tappings”
más cañeros que existen).
·
Que sale una señorona de ceja pintada de la tienda
de Emilio el Truchi, cargada con un “bolsito” de 1 m3 de Douche a
Gadaña y unas bolsas cargadas de trapitos, de cara a mi pero sin prestarme
atención, practicando ese, por otro lado tan gallego, “¡TODO E MEU!”, como si
no estuviese allí, mirando a través de mi (es cierto que he perdido peso, pero
no tanto, oiga). ¡Trastazo sin querer (intencionadamente) con mi brazo
izquierdo en su bolso! con el consiguiente tirón hacia atrás de toda la señora,
cara de “lo siento, no me di cuenta” (toma por el culo, te estuvo bien) y
seguimos a buen ritmo.
·
Que viene, de cara y en pleno paso de cebra, un
niñato de papá con una cazadora de moto de marca con protecciones y el casco en
la mano tras haber aparcado su flamante scooter (…de 50 CC.) en plena acera,
pensando que porque lleva la chaqueta y es mas alto le tengo que ceder el paso,
se lleva una carga legal con el hombro izquierdo en su protección del hombro
izquierdo con lo que casi se le cae el casco, por no decir que a punto estuvo
de quedarse sentado en pleno cebra, pero es que ¡Ya está bien! ¡Siempre
apartándome para no tropezar con la gentuza esta! ¡Es hora de que se aparten
ellos, coño!
·
Que de una pizzería “chic” y muy “in” salen 6
pijos de cojones con sus “mochis” y sus libros de “cono” del medio, y se ponen
en modo “toda acera” (cosa harto difícil en Madrid debido a la anchura de
estas) en el mismo sentido de avance que yo. Envío el “warning 1”, dos
carraspeos sonoros, los tres de atrás que se apartan se libran, pero el más
chulo de los seis, que va delante a la derecha, sigue en medio, pues se le
aparta hacia la izquierda agarrándolo por su brazo derecho (apretando un pelín
más de la cuenta) y empujándolo “levemente”, y sin bajar el ritmo, sigo
caminando como alma que lleva el diablo. ¿qué coño se han creído estos
madrileños? ¿qué tienen las calles en propiedad como en el Monopoly? ¿O qué los
gallegos andamos con el gato en el "colo"?
Por
no hablar del problema que tienen los madrileños con los intermitentes y con
los pasos de cebra, así como con el límite de velocidad en suelo urbano. Toda
la calle de Serrano está limitada a 50 km/h y es de sentido único. Pues
tendríais que ver las auténticas carreras (literalmente hablando) que se pegan
algunos, por no hablar de la salida de los semáforos, que parece una salida de
MOTO GP en toda regla. La semana pasada casi me atropella una Berlingo que vi y
me vio llegar al cebra y aceleró a ver si le daba tiempo, pero no se lo dio
(porque yo también aceleré, para chulo yo), frenó, le grité (mucho, llevaba la
música puesta), braceó señalando el cebra (no lo entendí), pero el tiro le
salió por la culata y pasó un mal rato, pues un poco más adelante del cebra,
había un semáforo cerrado y cuando pasé caminando por su lado, lo miré
fijamente (mirada de “te fendo", mecagona!), y cuando me vio que lo miraba
apartó la vista y no volvió a mirarme. Si se baja, lo tronzo. (la vena matona
esta no me sale a menudo pero a veces si la contengo estalla, me dijo el médico
que me quitara las malas ostias de dentro, así que).
Ahora
decidme que no os descojonáis por dentro y no os meáis de la risa
(interiormente) cuando veis a peña que va por la calle hablando con sus
“Tablets” (porque hace tiempo que han dejado de ser simples “esmartfones” de
pantallas de menos de 4 pulgadas) en modo manos libres, de tal modo que van,
mirando al frente con vista perdida (como si de autómatas se tratase), con el terminal
cogido de tal manera que el micrófono apunta a su boca y la pantalla apunta
hacia arriba (como si llevasen una bandeja). No me digáis que no dan auténticas
ganas de que les cague una paloma en todo el medio de su flamante pantalla
amoled glossy de taitantas pulgadas. Si esto pasase, si que me pararía en seco
y tendrían que llamar al SAMUR:
– ¿
Es el 112? Es que iba caminando por Serrano y un chico que iba caminando justo
a mi lado ha empezado a reírse muchiSÍsimo y tras ponerse muy muy rojo, oxea
bermellón, y luego azulado, no más bien, añil oscuro, sin parar de reírse, se
ha caído al suelo y ha empezado a convulsionar” (Me parto solo de pensarlo)
Esto
pasa continuamente, en la hora y quince minutos que me lleva actualmente los
casi 8 km que hay de mi trabajo a donde habito, si los contase no bajarían de
los 50 tontitos del manos libres. Lo hacen además tan habitualmente que yo creo
que si te paras a su lado (cosa que no hago por el ritmo que me impongo) podrías
llegar a escuchar que el o la interlocutor/a le pregunta “¿y que hiciste ti@,
se la chupaste / te la follaste? – No, ti@, ¿cómo iba a hacer eso si aún no me
había dicho su nombre?” Cuando menos, bochornoso, pero esta es la gente joven
que actualmente tenemos, gracias a Dios, como en todo, hay excepciones. Pero
aún así, me parece de las modas más asquerosas que tienen ahora estos chavales
de la capital (y ya no tan de la capital, porque como he dicho al principio,
comienzan a verse “imitaciones” en “Provincias”.
Y
hablando de móviles, ¿y esa gente que va mirando al móvil mientras habla?
Cuando los veo que van hacia mi, de lo que me entran ganas es de todo menos de apartarme,
pero al final siempre impera la cordura y aún no le he jodido el “esmartfon” a
nadie, aunque como me cojan un día cruzado, no lo descarto. ME PONEN DEL
HIGADO.
Otra
cosa que me apena, me repugna y me da que pensar es lo guarra que es alguna gente:
el otro día me hervía la sangre mientras veía este comportamiento en una niña de
no más de 12 años en el metro. Os pongo en situación. Vagón de metro a medio
llenar de gente, el convoy se detiene en una parada, entran una niña con una
equipación de lo que parece ser un equipo de balonmano, zapatillas Adidas
handball incluidas, una mochila casi tan grande como ella misma y un libro en
la mano, y con ella, hablando con ese tono entre chulesco y pijo que gastan
aquí, una niña, también de 11 o 12, pero un poco más alta, vestida de… (no
puedo decirlo, os la describo y sacáis conclusiones). Llevaba unas victorias de
color negro, raídas y descoloridas, sin calcetines, pantalones chupaos
ombligueros color negro con dejes como de piel de tigre, de los que se llevan
ahora, de esos que son muy guays y de los que yo sostengo que no son mas que mallas
con pinta de vaqueros (y no al revés como me quieren hacer creer las “modernas”
que me rodean), una camiseta tipo “Flash Dance” de color blanco caída
excesivamente hacia un lado, sin sujetador (no le hacía falta, ya que era una
niñata), la cara y los labios pintados como si de una puerta se tratase, las
uñas pintadas y desconchadas por las puntas, y el pelo tan alisado que daba un
pelín de grima (a parte porque no paraba de toqueteárselo. Lo pongo tras la
oreja, lo traigo adelante, lo vuelvo a llevar atrás, …bucle). El caso es que
esta pequeña cerda, esta guarrilla malcriada de tres al cuarto, llevaba en la
mano un paquete de pipas, del cual, tras sentarse en el suelo del vagón con su
amiga y más tarde en un asiento, iba cogiendo lentamente de una en una las
pipas, las chupeteaba, las cascaba y tiraba
las cáscaras al suelo del vagón. Me voy a ahorrar todas las cosas que me
dieron ganas de decirle, pero al fin y al cabo, si no lo hacen los madrileños,
¿para que va a venir un Lobeirés a meterse donde no le llaman? Buff…
Y
cuando digo que se nos está “contagiando” todas estas modas, que por otro lado
no se a que responden o a quien benefician, lo digo desde el absoluto convencimiento
(no son suposiciones ni elucubraciones). Sin ir más lejos, hace cosa de un mes,
fui a la “ciudad”, a Narón, concretamente a Freixeiro. Cual es mi sorpresa al
llegar a uno de los portales de la mega urbanización conocida como Las
Torres, cuando veo en el buzón de
publicidad un pañal usado y enroscado, perfectamente plegado para que el pastel
no se saliese, metido dentro, junto con los folletos del teletizza y el
Mercamona. ¡POR FAVOR! Hace falta ser guarr@ o puerc@, habiendo como hay
papeleras y contenedores cercanos.
Por
no mencionar el problema de lumbago que tienen los ferrolanos que poseen perro,
si, si, ese problema para doblar la bisagra y agacharse a recoger las
deposiciones de su Fluffy, tres veces campeón de Ferrol-Ortegal al perro mejor
peinado (pero con el amo más guarro de la comarca). Algunas calles parecen un
campo de minas vietcong en plena invasión Norteamericana. Hay que ir con más
cuidado que un ciego por el centro de la caótica Nápoles.
En
todos estos aconteceres y sucederes me baso para afirmar una vez mas, sin por
eso dejarme a mi mismo fuera de la sentencia, que la gente se está volviendo
cada día más maleducada, mas desconsiderada y más estúpida. Y por estas cosas
son por las que tengo que oír que no hago más que quejarme y que voy a dar un
viejo repelente.
He
dicho.
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